Autor: Juana Inés de la Cruz
Título: El Divino Narciso
Resumen
Durante los primeros años del siglo
XVI la exploración y colonialización se centraban en el Caribe. Desde las islas
caribeñas, o las Indias, se hacían viajes por la costa de la actual Venezuela
(al sur), Centroamérica (al oeste) y hasta la Florida (hacia el norte). Así
pues, se puede considerar al Caribe como el primer centro europeo del nuevo
mundo a pesar del hecho de que la gran mayoría de imigrantes no fueron
españoles sino africanos como esclavos. Además de lo que son hoy en día la
República Dominicana y Puerto Rico, Cuba fue otro centro importante de la
colonialización española. De esta isla partió Hernán Cortés en 1519 en búsqueda
de una tierra legendaria llena de riquezas y cosas extraordinarias...
PERSONAJES
- EL DIVINO NARCISO.
- LA NATURALEZA HUMANA.
- LA GRACIA.
- LA GENTILIDAD.
- LA SINAGOGA.
- ENÓS.
- UN ÁNGEL.
- ECO,
la naturaleza angélica réproba.
- LA SOBERBIA.
- EL AMOR PROPIO.
- Ninfas.
- Pastores.
- ABRAHAM.
- MOISÉS.
- Dos coros de música.
Índice
- 1. Cuadro I
- 1.1. Escena I
- 1.2. Escena II
- 1.3. Escena III
- 1.4. Escena IV
- 2. Cuadro II
- 2.1. Escena V
- 3. Cuadro III
- 3.1. Escena VI
- 3.2. Escena VII
- 3.3. Escena VIII
- 4. Cuadro IV
- 4.1. Escena IX
- 4.2. Escena X
- 4.3. Escena XI
- 4.4. Escena XII
- 5. Cuadro V
- 5.1. Escena XIII
- 5.2. Escena XIV
- 5.3. Escena XV
- 5.4. Escena XVI
- 5.5. Escena XVII
Salen, por una parte, la GENTILIDAD
, de ninfa, con acompañamiento de NINFAS y pastores; y por otra, la SINAGOGA ,
también de ninfa, con su acompañamiento, que serán los músicos; y detrás, muy
bizarra, la NATURALEZA HUMANA , oyendo lo que cantan.
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
Un nuevo
canto entonad
a su divina
beldad
y en cuanto
la luz alcanza,
suene la
eterna alabanza
de la gloria
de su nombre.
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Aplaudid a
Narciso, plantas y flores!
Y pues su
beldad divina,
sin igualdad
peregrina,
es sobre
toda hermosura,
que se vio
en otra criatura,
y en todas
inspira amores,
¡alabad a
Narciso, fuentes y flores!
¡Alabad,
aplaudid,
con himnos,
con voces,
al Señor,
a Narciso,
todos los
hombres,
Fuentes y
flores!
(Pónese la NATURALEZA HUMANA en
medio de los dos coros.)
Gentilidad,
Sinagoga,
que en
dulces métricas voces
a Dios
aplaude la una,
y la otra
celebra a un hombre:
escuchadme
lo que os digo,
atended a
mis razones,
que pues soy
madre de entrambas,
a entrambas
es bien que toque
por ley
natural oírme.
Ya mi amor
te reconoce,
¡Oh
Naturaleza!, madre
común de
todos los hombres.
Y yo también
te obedezco,
pues aunque
andemos discordes
yo y la
Sinagoga, no
por eso te
desconoce
mi amor,
antes te venera.
Y sólo en
esto conformes
estamos,
pues observamos,
ella allá
entre sus errores
y yo acá
entre mis verdades,
aquel
precepto, que impone,
de que uno a
otro no le haga
lo que él
para sí no abone;
y como padre
ninguno
quiere que
el hijo le enoje,
así no fuera
razón
que a
nuestras obligaciones
faltáramos,
con negar
nuestra
atención a tus voces.
Así es;
porque este precepto,
porque
ninguno lo ignore,
se lo
escribes a tus hijos
dentro de
los corazones.
Bien está;
que ese precepto
basta, para
que se note
que como a
madre común
me debéis
las atenciones.
Pues dinos
lo que pretendes.
Pues dinos
lo que dispones.
Digo, que
habiendo escuchado
en vuestras
métricas voces
los
diferentes objetos
de vuestras
aclamaciones:
pues tú,
Gentilidad ciega,
errada,
ignorante y torpe,
a una caduca
beldad
aplaudes en
tus loores,
y tú,
Sinagoga, cierta
de las
verdades que oyes
en tus
profetas, a Dios
Le rindes
veneraciones;
dejando de
discurrir
en vuestras
oposiciones,
(A la
GENTILIDAD .)
pues claro
está que tú yerras
(A la
SINAGOGA .)
y claro el
que tú conoces
aunque
vendrá tiempo, en que
trocándose
las acciones,
la
Gentilidad conozca,
y la
Sinagoga ignore...
Mas esto
ahora no es del caso;
y así,
volviéndome al orden
del
discurso, digo que
oyendo
vuestras canciones,
me he pasado
a cotejar
cuán misteriosas
se esconden
aquellas
ciertas verdades
debajo de
estas ficciones.
Pues si en
tu Narciso, tú
tanta
perfección supones,
que dices
que es su hermosura
imán de los
corazones,
y que no
sólo la siguen
las ninfas y
los pastores,
sino las
aves y fieras,
los collados
y los montes,
los arroyos
y las fuentes,
las plantas,
hierbas y flores,
¿con cuánta
mayor razón
estas sumas
perfecciones
se verifican
de Dios,
a cuya
beldad los orbes,
para
servirle de espejos,
indignos se
reconocen;
y a quien todas
las criaturas
(aunque no
hubiera razones
de tan
grandes beneficios,
de tan
extraños favores)
por su
hermosura, no más,
debieran
adoraciones;
y a quien la
Naturaleza
(que soy
yo), con atenciones,
como a mi
centro apetezco
y sigo como
a mi norte?
Y así, pues
madre de entrambas
soy, intento
con colores
alegóricos,
que ideas
representables
componen,
(A la
SINAGOGA .)
tomar de la
una el sentido,
(A la
GENTILIDAD .)
tomar de la
otra las voces,
y en
metafóricas frases,
tomando sus
locuciones
y en figura
de Narciso,
solicitar
los amores
de Dios, a
ver si dibujan
estos
obscuros borrones
la claridad
de sus luces;
pues muchas
veces conformes
divinas y
humanas letras,
dan a
entender que Dios pone
aun en las
plumas gentiles
unos visos
en que asomen
los altos
misterios suyos;
y así quiero
que, concordes,
(A la
SINAGOGA .)
tú des el
cuerpo a la idea,
(A la
GENTILIDAD .)
y tú el
vestido le cortes.
¿Qué decís?
Que por la
parte
que del
intento me toque,
te serviré
yo con darte
en todo lo
que te importen,
los versos
de mis profetas,
los coros de
mis cantores.
Yo, aunque
no te entiendo bien,
pues es lo
que me propones,
que sólo te
dé materia
para que tú
allá la informes
de otra
alma, de otro sentido
que mis ojos
no conocen,
te daré de
humanas letras
los poéticos
primores
de la
historia de Narciso.
Pues volved
a las acordes
músicas, en
que os hallé,
porque quien
oyere, logre
en la
metáfora el ver
que, en
estas amantes voces,
una cosa es
la que entiende
y otra cosa
la que oye.
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Aplaudid a
Narciso, plantas y flores!
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
Todos los
hombres Le alaben
y nunca su
aplauso acaben
los ángeles
en su altura,
el cielo con
su hermosura,
y con sus
giros los orbes.
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
Y pues su
beldad hermosa,
soberana y
prodigiosa,
es de todas
la mayor,
cuyo sin
igual primor
aplauden los
horizontes,
¡aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
Las aguas
que sobre el cielo
forman
cristalino hielo,
y las
excelsas virtudes
que moran
sus celsitudes,
todas Le
alaben conformes.
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
A su bello
resplandor
se para el
claro farol
del sol; y
por ver su cara,
el fogoso
carro para,
mirando sus
perfecciones.
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
El sol, la
luna y estrellas,
el fuego con
sus centellas,
la niebla
con el rocío,
la nieve, el
hielo y el frío
y los días y
las noches.
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
Su atractivo
singular
no sólo
llega a arrastrar
las ninfas y
los zagales,
en su
seguimiento iguales,
mas las
peñas y los montes.
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
¡Alabad al
Señor, todos los hombres!
¡Oh, qué
bien suenan unidas
las
alabanzas acordes,
que de su beldad
divina
celebran las
perfecciones!
Que aunque
las desdichas mías
desterrada
de sus soles
me tienen,
no me prohíben
el que su
belleza adore;
que aunque,
justamente airado
por mis
delitos enormes,
me desdeña,
no me faltan
piadosos
intercesores
que Le
insten continuamente
para que el
perdón me otorgue,
y el estar
en mí su imagen,
bien que los
raudales torpes
de las aguas
de mis culpas
toda mi
belleza borren:
que a las
culpas, el Sagrado
Texto, en
muchas ocasiones
aguas llama,
cuando dice:
«No la
tempestad me ahogue
del agua»; y
en otra parte,
alabando los
favores
de Dios,
repite David
que su Dios,
que le socorre,
le libró de
muchas aguas;
y que los
intercesores
llegan en
tiempo oportuno,
pero que no
en los furores
del diluvio
de las aguas.
Y así, bien
es que yo nombre
aguas
turbias a mi culpa,
cuyos
obscenos colores
entre mí y
Él interpuestos,
tanto mi ser
descomponen,
tanto mi
belleza afean,
tanto
alteran mis facciones,
que si las
mira Narciso,
a su imagen
desconoce.
Díganlo,
después de aquel
pecado del
primer hombre,
que fue mar,
cuyas espumas
no hay
ninguno que no mojen,
tantas
fuentes, tantos ríos
obscenos de
pecadores
en quien la
Naturaleza
siempre
sumergida, esconde
su
hermosura. ¡Oh, quiera el cielo
que mis
esperanzas topen
alguna
fuente que, libre
de aquellas
aguas salobres,
represente
de Narciso
enteras las
perfecciones!
Y mientras
quiere mi dicha
que yo sus
cristales toque,
vosotros,
para ablandar
de Narciso
los rigores,
repetid sus
alabanzas
en tiernas
aclamaciones,
uniendo a
cláusulas llanto,
porque es lo
mejor que oye.
Representad
mi dolor;
que vuestras
voces acordes
puede ser
que Lo enternezcan,
y piadoso me
perdone.
Y pues en
edad ninguna
ha faltado
quien abogue
por mí,
vamos a buscar
la fuente en
que mis borrones
se han de
lavar, sin dejar
las dulces
repeticiones
de la
música, diciendo
entre
lágrimas y voces:
¡Alabad al
Señor todos los hombres!
¡Aplaudid a
Narciso, fuentes y flores!
Salen ECO , ninfa, alborotada; la
SOBERBIA , de pastora, y el AMOR PROPIO , de pastor.
Soberbia,
Amor Propio, amigos,
¿oísteis en
esta selva
unas voces?
Yo atendí
sus
cláusulas; por más señas
que mucho
más que el oído,
el corazón
me penetran.
Yo también,
que al escuchar
lo dulce de
sus cadencias,
fuera de mi
acuerdo estoy.
Pues, y
bien, ¿qué inferís de ellas?
Nada, porque
sólo yo
conozco que
me molestan,
como la
Soberbia soy,
las
alabanzas ajenas.
Yo sólo sé
que me cansan
cariños que
se enderezan,
como yo soy
Amor Propio,
a amar a
quien yo no sea.
Pues yo os
diré lo que infiero,
que como mi
infusa ciencia
se distingue
de mi Propio
Amor, y de
mi Soberbia,
no es mucho
que no la alcancen,
y es natural
que la teman.
Y así, Amor
Propio, que en mí
tan
inseparable reinas,
que haces
que de mí se olvide,
por hacer
que a mí me quiera
(porque el
Amor Propio
es de tal
manera,
que
insensato olvida
lo mismo que
acuerda);
principio de
mis afectos,
pues eres en
quien empiezan,
y tú eres en
quien acaban,
pues acaban
en Soberbia
(porque
cuando el Amor Propio
de lo que es
razón se aleja,
en Soberbia
se remata,
que es el
afecto que engendra,
que es aquél
que todas
las cosas
intenta
sólo
dirigidas
a su
conveniencia),
escuchadme.
Ya habéis visto
que aquesta
pastora bella
representa
en común toda
la Humana
Naturaleza:
que en
figura de una ninfa,
con
metafórica idea,
sigue a una
beldad que adora,
no obstante
que la desprecia;
y para que a
las divinas
sirvan las
humanas letras,
valiéndose
de las dos,
su
conformidad coteja,
tomando a
unas el sentido,
y a las
otras la corteza;
y
prosiguiendo las frases,
usando de la
licencia
de retóricos
colores,
que son uno,
y otro muestran,
Narciso a
Dios llama,
porque su
belleza
no habrá
quien la iguale,
ni quien la
merezca.
Pues ahora,
puesto que
mi persona
representa
el ser
angélico, no
en común,
mas sólo aquella
parte
réproba, que osada
arrastró de
las estrellas
la tercer
parte al abismo,
quiero,
siguiendo la mesma
metáfora que
ella, hacer
a otra
ninfa; que pues ella
como una
ninfa a Narciso
sigue, ¿qué
papel me queda
hacer, sino
a Eco infeliz,
que de
Narciso se queja?
Pues ¿qué
más beldad
que la suya
inmensa,
ni qué más
desprecio
que el que a
mí me muestra?
Y así,
aunque ya lo sabéis,
por lo que a
mí me atormenta
(que soy yo
tal, que ni a mí
reservo la
mayor pena),
os referiré
la historia
con la
metáfora mesma,
para ver si
la de Eco
conviene con
mi tragedia.
Desde aquí
el curioso
mire si
concuerdan
verdad y
ficción,
el sentido y
letra.
Ya sabéis
que yo soy Eco,
la que
infelizmente bella,
por querer
ser más hermosa
me reduje a
ser más fea,
porque
-viéndome dotada
de hermosura
y de nobleza,
de valor y
de virtud,
de
perfección y de ciencia,
y en fin,
viendo que era yo,
aun de la
naturaleza
angélica
ilustre mía,
la criatura
más perfecta-,
ser esposa
de Narciso
quise, e
intenté soberbia
poner mi
asiento en su solio
e igualarme
a su grandeza,
juzgando que
no
era
inconsecuencia
que fuera
igual suya
quien era
tan bella;
por lo cual,
Él, ofendido,
tan
desdeñoso me deja,
tan colérico
me arroja
de su gracia
y su presencia,
que no me
dejó ¡ay de mí!,
esperanza de
que pueda
volver a
gozar los rayos
de su divina
belleza.
Yo, viéndome
despreciada,
con el dolor
de mi afrenta,
en odio
trueco el amor
y en
rencores la terneza,
en venganzas
los cariños,
y cual
víbora sangrienta,
nociva
ponzoña exhalo,
veneno
animan mis venas;
que cuando el
amor
en odio se
trueca,
es más
eficaz
el rencor
que engendra.
y temerosa
de que
la humana
naturaleza
los laureles
que perdí,
venturosa se
merezca,
inventé
tales ardides,
formé tal
estratagema,
que a la
incauta ninfa obligo,
sin atender
mi cautela,
que a
Narciso desobligue,
y que
ingrata y desatenta
Le ofenda,
viendo que Él es
de condición
tan severa,
que ofendido
ya una vez,
como es
infinita ofensa
la que se
hace a su deidad,
no hay medio
para que vuelva
a su gracia,
porque
es tanta la
deuda,
que nadie es
capaz
de
satisfacerla.
Y con esto a
la infeliz
la reduje a
tal miseria,
que por más
que tristemente
gime al son
de sus cadenas,
son en vano
sus suspiros,
son inútiles
sus quejas,
pues, como
yo, no podrá
eternamente
risueña
ver la cara
de Narciso:
con lo cual
vengada queda
mi injuria,
porque
ya que no
posea
yo el solio,
no es bien
que otra lo
merezca,
ni que lo
que yo perdí,
una villana
grosera,
de tosco
barro formada,
hecha de
baja materia,
llegue a
lograr. Así es bien
que estemos
todos alerta,
para que
nunca Narciso
a mirar sus
ojos vuelva:
porque es a
Él tan parecida,
en efecto,
como hecha
a su imagen
(¡ay de mí!,
de envidia
el pecho revienta),
que temo
que, si la mira,
su imagen
que mira en ella
obligará a
su deidad
a que se
incline a quererla;
que la
semejanza
tiene tanta
fuerza,
que no puede
haber
quien no la
apetezca.
Y así,
siempre he procurado
con cuidado
y diligencia
borrar esta
semejanza,
haciéndola
que cometa
tales
pecados, que Él mismo
-soltando a
Acuario las riendas-
destruyó por
agua el mundo,
en venganza
de su ofensa.
Mas como es
costumbre suya,
que siempre
piadoso mezcla
en medio de
la justicia
los visos de
la clemencia,
quiso, no
obstante el naufragio,
que a favor
de la primera
nadante
tabla, salvase
la vida que
aún hoy conserva;
que aun
entre el enojo,
siempre se
Le acuerda
la
misericordia,
para usar
más de ella.
Pero apenas
respiró
del daño,
cuando soberbia,
con
homenajes altivos
escalar el
cielo intenta,
y creyendo
su ignorancia
que era
accesible la esfera
a corporales
fatigas
y a
materiales tareas,
altiva torre
fabrica,
pudiendo
labrar más cuerda
inmateriales
escalas
hechas de su
penitencia.
A cuya loca
ambición,
en
proporcionada pena,
correspondió
en divisiones
la confusión
de las lenguas;
que es justo
castigo
al que necio
piensa
que lo
entiende todo,
que a
ninguno entienda.
Después de
así divididos,
les insistí
a tales sectas,
que ya
adoraban al sol,
ya el curso
de las estrellas,
ya veneraban
los brutos,
ya daban
culto a las peñas,
ya a las
fuentes, ya a los ríos,
ya a los
bosques, ya a las selvas,
sin que
quedara criatura,
por inmunda
o por obscena,
que su
ceguedad dejara,
que su
ignorancia excluyera;
y adorando
embelesados
sus inclinaciones
mesmas,
olvidaron de
su Dios
la adoración
verdadera;
conque
amando estatuas
su
ignorancia ciega,
vinieron a
casi
transformarse
en ellas.
Mas no
obstante estos delitos,
nunca han
faltado centellas
que de aquel
primer origen
el noble ser
les acuerdan;
y
pretendiendo volver
a la
dignidad primera,
con lágrimas
y suspiros
aplacar a
Dios intentan.
Y si no,
mirad a Abel,
que las
espigas agrega
y los
carbones aplica,
para hacer a
Dios ofrenda.
Ábrese un carro; va dando vuelta, en
elevación, ABEL , encendiendo la lumbre; y encúbrese cantando.
¡Poderoso
Dios
de piedad
inmensa,
esta ofrenda
humilde
de mi mano
acepta!
Al santo
Enós atended,
que es el
primero que empieza
a invocar de
Dios el nombre
con invocaciones
nuevas.
(Pasa de la misma manera ENÓS , de
rodillas, puestas las manos, y canta.)
¡Criador
poderoso
del cielo y
la tierra,
sólo a Ti
por Dios
confiesa mi
lengua!
Ved a
Abraham, aquel monstruo
de la fe y
de la obediencia,
que ni
dilata matar
al hijo,
aunque más lo quiera,
por el
mandato de Dios;
ni duda de
la promesa
de que al
número sus hijos
igualen de
las estrellas.
Y ved cómo
Dios benigno,
en justa
correspondencia,
la víctima
le perdona
y el
sacrificio le acepta.
(Pasa ABRAHAM , como lo pintan, y
sale un ÁNGEL .)
(Canta.)
¡Para herir
al niño
la mano no
extiendas,
que basta
haber visto
cuánto al
Señor temas!
Ved a
Moisés, que caudillo
de Dios al
pueblo gobierna,
y viendo que
ha idolatrado
y Dios castigarlo
intenta,
su autoridad
interpone
y osadamente
Le ruega.
(Pasa MOISÉS , con las Tablas de la
Ley, y canta.)
¡O perdone
al pueblo,
Señor, tu
clemencia,
o bórreme a
mí
de la vida
eterna!
Pero ¿para
qué es cansaros?
Atended de los
profetas
y patriarcas
al coro
que con
dulces voces tiernas
piden el
remedio a Dios,
quieren que
a aliviarlos venga.
¡Abrid,
claros cielos
vuestras
altas puertas,
y las densas
nubes
al justo nos
lluevan!
Pues
atended, misteriosa,
a otra
petición opuesta,
al parecer,
a ésta, pues
dice con
voces diversas:
¡Ábranse las
bocas
de la dura
tierra,
y brote,
cual fruto,
el Salvador
de ella!
Con que los
unos Le piden
que del
cielo les descienda,
y que de la
tierra nazca
quieren
otros, de manera
que ha de
tener, quien los salve,
entrambas
naturalezas.
Pues yo, ¡ay
de mí!, que en Narciso
conozco, por
ciertas señas,
que es Hijo
de Dios, y que
nació de una
verdadera
mujer, temo,
y con bastantes
fundamentos,
que éste sea
el Salvador.
Y porque
a la
alegoría vuelva
otra vez,
digo que temo
que Narciso,
que desdeña
mi nobleza y
mi valor,
a aquesta
pastora quiera;
porque suele
el gusto,
que leyes no
observa,
dejar el
brocado
por la tosca
jerga.
Y para
impedir, ¡ay triste!,
que sobre la
injuria hecha
a mi ser y a
mi hermosura,
otra mayor
no me venga,
hemos de
solicitar,
que si
impedirle que a verla
no llegue,
no sea posible,
que
consigamos siquiera
que en las
turbias aguas
de su culpa
sea,
para que su
imagen
borrada
parezca.
¿Qué os
parece?
¿Qué me
puede
parecer, si
de tu idea
soy, desde
que tienes ser,
individua
compañera,
tanto, que
por asentir
a mis
altivas propuestas,
en desgracia
de Narciso
estás? Pero
aunque desprecia
Él, y toda
su facción,
tus partes y
tu nobleza,
ya has
visto, que cuando
los demás te
dejan,
sólo te
acompaña
siempre tu
Soberbia.
Y yo, que
desde el instante
que
intentaste tu suprema
silla sobre
el Aquilón
poner, y que
tu grandeza
al altísimo
igualara,
me
engendraste, contra ésa
que,
representada en visos,
te dieron a
entender que era
la que,
aunque inferior
en
naturaleza,
en mérito
había
de ser más
excelsa;
y dándote
entonces tú
por sentida
de la ofensa,
concebiste
tal rencor,
engendraste
tanta pena,
que en odio
mortal,
que en
rabiosa queja
se volvió el
cariño,
trocó la
fineza...
Y así, si
soy tu Amor Propio,
¿qué dudas
que me parezca
bien, que
pues padeces tú,
el mundo
todo padezca?
¡Padezca esa
vil pastora,
padezca Narciso
y muera,
si con
muerte de uno y otro
se borran
nuestras ofensas!
Pues tan
conformes estáis,
y en la
elevada eminencia
de esta
montaña se oculta,
acompañado
de fieras,
tan olvidado
de sí
que ha que
no come cuarenta
días,
dejadme llegar
y con una
estratagema
conoceré si
es divino,
pues en
tanta fortaleza
lo parece,
pero luego
en la hambre
que Le aqueja
muestra que
es hombre no más,
pues la
hambre Le molesta.
Y así yo
intento llegar
amorosa y
halagüeña,
que la
tentación
¿quién duda
que sea
más fuerte,
si en forma
de una mujer
tienta?
Y así,
vosotros estad,
de todo
cuanto suceda,
a la mira.
Así lo
haremos
porque
acompañarte es fuerza.
Descúbrese un monte, y en lo alto el
DIVINO NARCISO , de pastor galán, y algunos animales; y mientras ECO va
subiendo, dice NARCISO en lo alto.
En aquesta
montaña, que eminente
el cielo
besa con la altiva frente,
sintiendo
ajenos, como propios males,
me acompañan
los simples animales,
y las
canoras aves
con músicas
suaves
saludan mi
hermosura,
de más
luciente sol, alba más pura.
No recibo
alimento
de material
sustento,
porque está
desquitando mi abstinencia
de algún
libre bocado la licencia.
(Acaba de subir ECO .)
(Canta en
tono recitativo.)
Bellísimo
Narciso,
que a estos
humanos valles
del monte de
tus glorias
las
celsitudes traes,
mis pesares
escucha,
indignos de
escucharse,
pues ni aun
en esto esperan
alivio mis
pesares.
Eco soy, la
más rica
pastora de
estos valles;
bella decir
pudieran
mis
infelicidades.
Mas desde
que severo
mi beldad
despreciaste,
las que
canté hermosuras
ya las lloro
fealdades.
Pues tú
mejor conoces
que los
claros imanes
de tus ojos
arrastran
todas las
voluntades,
no extrañarás
el ver
que yo venga
a buscarte,
pues todo el
mundo adora
tus prendas
celestiales.
Y así, vengo
a decirte
que ya que
no es bastante
a ablandar
tu dureza
mi nobleza y
mis partes,
siquiera por
ti mismo
mires
interesable
mis
riquezas, atento
a tus
comodidades.
Pagarte
intento, pues
no será
disonante
el que venga
a ofrecerte
la que viene
a rogarte.
Y pues el
interés
es en todas
edades
quien del
amor aviva
las viras
penetrantes,
tiende la
vista a cuanto
alcanza a
divisarse
desde este monte
excelso
que es
injuria de Atlante.
Mira
aquestos ganados
que,
inundando los valles,
de los
prados fecundos
las
esmeraldas pacen.
Mira en
cándidos copos
la leche,
que al cuajarse,
afrenta los
jazmines
de la aurora
que nace.
Mira, de
espigas rojas,
en los
campos formarse
pajizos
chamelotes
a las olas
del aire.
Mira de esas
montañas
los ricos
minerales,
cuya prenez
es oro,
rubíes y
diamantes.
Mira, en el
mar soberbio,
en conchas
congelarse
el llanto de
la aurora
en perlas
orientales.
Mira de esos
jardines
los fecundos
frutales,
de especies
diferentes
dar frutos
admirables.
Mira con
verdes pinos
los montes
coronarse:
con árboles
que intentan
del cielo
ser gigantes.
Escucha la
armonía
de las
canoras aves
que en coros
diferentes
forman
dulces discantes.
Mira de uno
a otro polo
los reinos
dilatarse,
dividiendo
regiones
los brazos
de los mares,
y mira cómo
surcan
de las
veleras naves
las
ambiciosas proas
sus cerúleos
cristales.
Mira entre
aquellas grutas
diversos
animales:
a unos,
salir feroces;
a otros,
huir cobardes.
Todo, bello
Narciso,
sujeto a mi
dictamen,
son
posesiones mías,
son mis
bienes dotales.
Y todo será
tuyo,
si tú con
pecho afable
depones lo
severo
y llegas a
adorarme.
Aborrecida
ninfa,
no tu
ambición te engañe,
que mi
belleza sola
es digna de
adorarse.
Vete de mi
presencia
al polo más
distante,
adonde
siempre penes,
adonde nunca
acabes.
Ya me voy,
pero advierte
que, desde
aquí adelante,
con
declarados odios
tengo de
procurarte
la muerte,
para ver
si mi pena
implacable
muere con
que tú mueras,
o acaba con
que acabes.
Cúbrese el monte, y sale la
NATURALEZA HUMANA .
De buscar a
Narciso fatigada,
sin permitir
sosiego a mi pie errante,
ni a mi
planta cansada
que tantos
ha ya días que vagante
examina las
breñas
sin poder
encontrar más que las señas,
a este
bosque he llegado donde espero
tener
noticias de mi bien perdido;
que si señas
confiero,
diciendo
está del prado lo florido,
que producir
amenidades tantas,
es por haber
besado ya sus plantas.
¡Oh, cuántos
días ha que he examinado
la selva
flor a flor, y planta a planta,
gastando
congojado
mi triste
corazón en pena tanta,
y mi pie
fatigando, vagabundo,
tiempo, que
siglos son; selva, que es mundo!
Díganlo las
edades que han pasado,
díganlo las
regiones que he corrido,
los suspiros
que he dado,
de lágrimas
los ríos que he vertido,
los
trabajos, los hierros, las prisiones
que he
padecido en tantas ocasiones.
Una vez, por
buscarle, me toparon
de la ciudad
las guardas, y atrevidas,
no sólo me
quitaron
el manto,
mas me dieron mil heridas
los
centinelas de los altos muros,
teniéndose
de mí por mal seguros.
¡Oh ninfas
que habitáis este florido
y ameno prado,
ansiosamente os ruego
que si acaso
al querido
de mi alma
encontrareis, de mi fuego
Le
noticiéis, diciendo el agonía
con que de
amor enferma el alma mía!
Si queréis
que os dé señas de mi amado,
rubicundo
esplendor Le colorea
sobre jazmín
nevado;
por su
cuello, rizado Ofir pasea;
los ojos, de
paloma que enamora
y en los
raudales transparentes mora.
Mirra
olorosa de su aliento exhala;
las manos
son al torno, y están llenas
de jacintos,
por gala,
o por
indicio de sus graves penas:
que si el
jacinto es ay , entre sus brillos
ostenta
tantos ayes como anillos.
Dos columnas
de mármol, sobre basas
de oro,
sustentan su edificio bello;
y en
delicias no escasas
suavísimo
es, y ebúrneo, el blanco cuello;
y todo
apetecido y deseado.
Tal es, ¡oh
ninfas!, mi divino amado.
Entre
millares mil es escogido;
y cual
granada luce sazonada
en el prado
florido,
entre
rústicos árboles plantada;
así, sin que
ningún zagal Le iguale,
entre todos
los otros sobresale.
Decidme
dónde está El que mi alma adora,
o en qué
parte apacienta sus corderos,
o hacia
dónde -a la hora
meridiana-
descansan sus luceros,
para que yo
no empiece a andar vagando
por los
rediles, que Lo voy buscando.
Mas, por mi
dicha, ya cumplidas veo
de Daniel
sus semanas misteriosas,
y logra mi
deseo
las alegres
promesas amorosas
que me
ofrece Isaías
en todas sus
sagradas profecías.
Pues ya
nació aquel niño hermoso y bello,
y ya nació
aquel hijo delicado,
que será
gloria el vello
llevando
sobre el hombro el principado:
admirable,
Dios fuerte, consejero,
rey, y padre
del siglo venidero.
Ya brotó
aquella vara misteriosa
de Jesé, la
flor bella en quien descansa
sobre su
copa hermosa
espíritu
divino, en que afianza
sabiduría,
consejo, inteligencia,
fortaleza,
piedad, temor y ciencia.
Ya el fruto
de David tiene la silla
de su padre;
ya el lobo y el cordero
se junta y
agavilla,
y el
cabritillo con el pardo fiero;
junto al oso
el becerro quieto yace,
y como buey
el león las pajas pace.
Recién
nacido infante, quieto juega
en el
cóncavo de áspid ponzoñoso,
y a la
caverna llega
del régulo
nocivo, niño hermoso,
y la manilla
en ella entra seguro,
sin poderle
dañar su aliento impuro
Ya la señal,
que Acaz pedir no quiso,
y Dios le
concedió, sin él pedilla,
se ve, pues
ya Dios hizo
la nueva, la
estupenda maravilla
que a la
naturaleza tanto excede,
de que una
virgen para, y virgen quede.
Ya a Abraham
se ha cumplido la promesa
que Dios
reiteró a Isaac, de que serían
en su
estirpe y nobleza
bendecidas
las gentes que nacían
en todas las
naciones,
para
participar sus bendiciones.
El cetro de
Judá, que ya ha faltado,
según fue de
Jacob la profecía,
da a
entender que ha llegado
del mundo la
esperanza y la alegría,
la salud del
Señor que él esperaba
y en
profético espíritu miraba.
Sólo me
falta ya, ver consumado
el mayor
sacrificio. ¡Oh, si llegara,
y de mi
dulce amado
mereciera mi
amor mirar la cara!
Seguiréle,
por más que me fatigue,
pues dice
que ha de hallarle quien Le sigue.
¡Oh, mi
divino amado, quién gozara
acercarse a
tu aliento generoso,
de fragancia
más rara
que el vino
y el ungüento más precioso!
Tu nombre es
como el óleo derramado,
y por eso
las ninfas te han amado.
Tras tus
olores presta voy corriendo:
¡oh, con
cuánta razón todas te adoran!
Mas no estés
atendiendo
si del sol
los ardores me coloran;
mira que,
aunque soy negra, soy hermosa,
pues parezco
a tu imagen milagrosa.
Mas allí una
pastora hermosa veo.
¿Quién podrá
ser beldad tan peregrina?;
mas, o
miente el deseo,
o ya he
visto otra vez su luz divina.
A ella
quiero acercarme,
por ver si
puedo bien certificarme.
Sale la GRACIA , de pastora,
cantando; y vanse acercando.
Albricias,
mundo; albricias,
Naturaleza
humana,
pues con dar
esos pasos
te acercas a
la Gracia:
¡dichosa el
alma
que merece
tenerme en su morada!
Venturosa es
mil veces
quien me ve
tan cercana;
que está muy
cerca el sol
cuando
parece el alba:
¡dichosa el
alma
que merece
hospedarme en su morada!
(Repite la música este último verso,
y llégase la NATURALEZA a ella.)
Pastora
hermosa, que admiras,
dulce
sirena, que encantas
no menos con
tu hermosura
que con tu
voz soberana;
pues a mí tu
voz diriges
y a mí
albricias me demandas
de alguna
nueva feliz,
pues dicen
tus consonancias:
albricias,
mundo; albricias
Naturaleza
Humana,
pues con dar
esos pasos
te acercas a
la Gracia:
¡dichosa el
alma,
que merece
hospedarme en su morada!
¿De qué son?
Y tú, quién eres
dime; porque
aunque tu cara
juzgo que he
visto otra vez,
las especies
tan borradas
tengo, que
no te conozco
bien.
Aquesto no
me espanta,
que estuve
poco contigo,
y tú
entonces descuidada
no me
supiste estimar,
hasta que
viste mi falta.
Pues en fin,
dime ¿quién eres?
¿No te
acuerdas de una dama
que, en
aquel bello jardín
adonde fue
tu crianza,
por mandato
de tu padre
gustosa te
acompañaba
asistiéndote,
hasta que
tú por
aquella desgracia,
dejándole a
Él enojado,
te saliste
desterrada,
y a mí me
apartó de ti,
de tu delito
en venganza,
hasta ahora?
¡Oh,
venturosa
la que
vuelve a ver tu cara,
Gracia
divina, pues eres
la mejor
prenda del alma!
¡Los brazos
me da!
Eso no,
que todavía
te falta
para llegar
a mis brazos
una grande
circunstancia.
Si está en
diligencia mía,
dila, para
ejecutarla.
No está en
tu mano, aunque está
el
disponerte a alcanzarla
en tu
diligencia; porque
no bastan
fuerzas humanas
a merecerla,
aunque pueden
con lágrimas
impetrarla,
como don
gracioso que es,
y no es
justicia, la Gracia.
Y ¿cómo he
de disponerme?
¿Cómo?
Siguiendo mis plantas,
y llegando a
aquella fuente,
cuyas cristalinas
aguas
libres de
licor impuro,
siempre
limpias, siempre intactas
desde su
instante primero,
siempre han
corrido sin mancha;
aquésta es
de los Cantares
aquella
fuente sellada,
que sale del
paraíso,
y aguas
vivíficas mana.
Éste, el
pequeño raudal
que,
misterioso, soñaba
Mardoqueo,
que crecía
tanto, que
de su abundancia
se formaba
un grande río;
y después se
transformaba
en luz y en
sol, inundando
los campos
de su pujanza.
Ya sé que
ahí se entiende Esther
y que, en Esther,
figurada
está la
imagen divina
de la que es
llena de gracia.
¡Oh, fuente
divina, oh pozo
de las
vivíficas aguas,
pues desde
el primer instante
estuviste
preservada
de la
original ponzoña,
de la
trascendental mancha,
que infesta
los demás ríos;
vuelve tú la
imagen clara
de la beldad
de Narciso,
que en ti
sola se retrata
con
perfección su belleza,
sin borrón
su semejanza!
Naturaleza
feliz,
pues ya te
ves tan cercana
a conseguir
tu remedio,
llega a la
fuente sagrada
de cristalinas
corrientes,
de quien yo
he sido la guarda,
desde que
ayer empezó
su
corriente, inmaculada
por singular
privilegio;
y encubierta
entre estas ramas,
a Narciso
esperaremos,
que no dudo
que Lo traiga
a
refrigerarse en ella
la ardiente
sed que Lo abrasa.
Procura tú
que tu rostro
se
represente en las aguas,
porque
llegando Él a verlas
mire en ti
su semejanza;
porque de ti
se enamore.
Déjame antes
saludarla,
pues ha de
ser ella el medio
del remedio
de mis ansias.
Debido
obsequio es, y así
yo te
ayudaré a invocarla.
(Canta.)
¡Oh, siempre
cristalina,
clara y
hermosa fuente:
tente,
tente;
reparen mi
ruina
tus ondas
presurosas,
claras,
limpias, vivificas, lustrosas!
No vayas tan
ligera
en tu
corriente clara;
para, para,
mis lágrimas
espera:
vayan con tu
corriente
santa, pura,
clarísima, luciente.
¡Fuente de
perfecciones,
de todas la
más buena,
llena, llena
de méritos y
dones,
a quien
nunca ha llegado
mácula,
riesgo, sombra, ni pecado!
Serpiente
ponzoñosa
no llega a
tus espejos:
lejos, lejos
de tu
corriente hermosa,
su ponzoña
revienta;
tú corres
limpia, preservada, exenta.
Bestia
obscena, ni fiera,
no llega a
tus cristales;
tales, tales
son, y de
tal manera,
que dan con
su dulzura
fortaleza y
salud, gusto y ventura.
Mi imagen
representa
si Narciso
repara,
clara,
clara;
porque al
mirarla sienta
del amor los
efectos,
ansias,
deseos, lágrimas y afectos.
Ahora en la
margen florida,
que da a su
líquida plata
guarniciones
de claveles
sobre campos
de esmeraldas,
nos
sentaremos en tanto
que llega;
que el que Lo atraiga
Naturaleza,
no dudo,
si está
junto con la Gracia.
Si el
disponerme a tenerla,
cuanto
puedan mis humanas
fuerzas, es
lo que me toca,
ya obedezco
lo que mandas.
Llegan las dos a la fuente; pónese
la NATURALEZA entre las ramas, y con ella la GRACIA , de manera que parezca que
se miran; y sale por otra parte NARCISO , con una honda, como pastor, y canta
el último verso de las coplas, y lo demás representa acercándose a la fuente.
Ovejuela
perdida,
de tu dueño
olvidada,
¿adónde vas
errada?
Mira que
dividida
(Canta.)
de mí,
también te apartas de tu vida.
Por las
cisternas viejas
bebiendo
turbias aguas,
tu necia sed
enjaguas;
y con sordas
orejas,
(Canta.)
de las aguas
vivíficas te alejas.
En mis
finezas piensa:
verás que,
siempre amante,
te guardo
vigilante,
te libro de
la ofensa,
(Canta.)
y que pongo
la vida en tu defensa.
De la
escarcha y la nieve
cubierto,
voy siguiendo
tus necios
pasos, viendo
que ingrata
no te mueve
(Canta.)
ver que dejo
por ti noventa y nueve.
Mira que mi
hermosura
de todas es
amada,
de todas es
buscada,
sin reservar
criatura,
(Canta.)
y sólo a ti
te elige tu ventura.
Por sendas
horrorosas
tus pasos
voy siguiendo,
y mis
plantas hiriendo
de espinas
dolorosas
(Canta.)
que estas
selvas producen, escabrosas.
Yo tengo de
buscarte;
y aunque
tema perdida,
por
buscarte, la vida,
no tengo de
dejarte,
(Canta.)
que antes
quiero perderla por hallarte.
¿Así me
correspondes,
necia, de
juicio errado?
¿No soy
quien te ha criado?
¿Cómo no me
respondes,
(Canta.)
y (como si
pudieras) te me escondes?
Pregunta a
tus mayores
los
beneficios míos:
los
abundantes ríos,
los pastos y
verdores,
(Canta.)
en que te
apacentaron mis amores.
En un campo
de abrojos,
en tierra no
habitada,
te hallé
sola, arriesgada
del lobo a
ser despojos,
(Canta.)
y te guardé
cual niña de mis ojos.
Trájele a la
verdura
del más
ameno prado,
donde te ha
apacentado
de la miel
la dulzura,
(Canta.)
y aceite que
manó de peña dura.
Del trigo
generoso
la medula
escogida
te sustentó
la vida,
hecho manjar
sabroso,
(Canta.)
y el licor
de las uvas oloroso.
Engordaste,
y lozana,
soberbia y
engreída
de verte tan
lucida,
altivamente
vana,
(Canta.)
mi belleza
olvidaste soberana.
Buscaste
otros pastores
a quien no
conocieron
tus padres,
ni los vieron
ni honraron
tus mayores;
(Canta.)
y con esto
incitaste mis furores.
Y prorrumpí
enojado:
«Yo
esconderé mi cara
(a cuyas
luces para
su cara el
sol dorado)
(Canta.)
de este
ingrato, perverso, infiel ganado.
Yo haré que
mis furores
los campos
les abrasen,
y las
hierbas que pacen;
y talen mis
ardores
(Canta.)
aun los
montes que son más superiores.
Mis saetas
ligeras
les tiraré,
y la hambre
corte el
vital estambre;
y de aves
carniceras
(Canta.)
serán
mordidos, y de bestias fieras.
Probarán los
furores
de arrastradas
serpientes;
y en muertes
diferentes
obrará, en
mis rigores,
(Canta.)
fuera, el
cuchillo; y dentro, los temores».
Mira que
soberano
soy, y que
no hay más fuerte;
que yo doy
vida y muerte,
que yo hiero
y yo sano,
(Canta.)
y que nadie
se escapa de mi mano.
Pero la sed
ardiente
me aflige y
me fatiga;
bien es que
el curso siga
de aquella
clara fuente,
(Canta.)
y que en
ella templar mi ardor intente.
Que pues por
ti he pasado
la hambre de
gozarte,
no es mucho
que mostrarte
procure mi
cuidado,
(Canta.)
que de la
sed por ti estoy abrasado.
NARCISO llega a la fuente, la mira y
dice.
Llego; mas
¿qué es lo que miro?
¿Qué
soberana hermosura
afrenta con
su luz pura
todo el
celestial zafiro?
Del sol el
luciente giro,
en todo el
curso luciente
que da desde
Ocaso a Oriente,
no esparce
en signos y estrellas
tanta luz,
tantas centellas
como da sola
esta fuente.
Cielo y
tierra se han cifrado
a componer
su arrebol:
el cielo con
su farol,
y con sus flores
el prado.
La esfera se
ha transladado
toda, a
quererla adornar;
pero no, que
tan sin par
belleza,
todo el desvelo
de la
tierra, ni del cielo,
no la
pudieran formar.
Recién
abierta granada
sus mejillas
sonrosea;
sus dos
labios hermosea
partida
cinta rosada,
por quien la
voz delicada,
haciendo al
coral agravio,
despide el
aliento sabio
que así a
sus claveles toca;
leche y miel
vierte la boca,
panales
destila el labio.
Las perlas
que en concha breve
guarda, se
han asimilado
al rebaño,
que apiñado
desciende en
copos de nieve;
el cuerpo,
que gentil mueve,
el aire a la
palma toma;
los ojos,
por quien asoma
el alma,
entre su arrebol
muestran,
con luces del sol,
benignidad
de paloma.
Terso el
bulto delicado,
en lo que a
la vista ofrece,
parva de
trigo parece,
con azucenas
vallado;
de marfil es
torneado
el cuello,
gentil coluna.
No puede
igualar ninguna
hermosura a
su arrebol:
escogida
como el sol
y hermosa
como la luna.
Con un ojo
solo, bello,
el corazón
me ha abrasado;
el pecho me
ha traspasado
con el rizo
de un cabello.
¡Abre el
cristalino sello
de ese
centro claro y frío,
para que
entre el amor mío!
Mira que
traigo escarchada
la crencha
de oro, rizada,
con las
perlas del rocío.
¡Ven,
esposa, a tu querido;
rompe esa
cortina clara:
muéstrame tu
hermosa cara,
suene tu voz
a mi oído!
¡Ven del
Líbano escogido,
acaba ya de
venir,
y coronaré
el Ofir
de tu madeja
preciosa
con la
corona olorosa
de Amaná,
Hermón y Sanir!
Quédase como suspenso en la fuente;
y sale ECO , como acechando.
¿Qué es
aquesto que ven los ojos míos?
O son de mis
pesares desvaríos,
o es Narciso
el que está en aquella fuente,
cuya limpia
corriente
exenta corre
de mi rabia fiera.
¡Quién fuera
tan dichosa, que pudiera
envenenar
sus líquidos cristales
para
ponerles fin a tantos males,
pues si Él
bebiera en ella mi veneno,
penara con
las ansias que yo peno!
Yo me quiero
llegar, pues Él, suspenso,
que está
templando, pienso,
la sed.
(Llégase, y
vuelve a retirarse.)
¡Pero qué
miro!
Confusa me
acobardo y me retiro:
su misma
semejanza contemplando
está en
ella, y mirando
a la
Naturaleza Humana en ella.
¡Oh fatales
destinos de mi estrella!
¡Cuánto temí
que clara la mirase,
para que de
ella no se enamorase,
y en fin ha
sucedido! ¡Oh pena, oh rabia!
Blasfemaré
del cielo que me agravia.
Mas ni aun
para la queja
alientos el
dolor fiero me deja,
pues siento
en ansia tanta
un áspid, un
dogal a la garganta.
Si quiero
articular la voz, no puedo
y a media
voz me quedo,
o con la
rabia fiera
sólo digo la
sílaba postrera;
que pues
letras sagradas, que me infaman,
en alguna
ocasión muda me llaman
(porque
aunque formalmente
serlo no
puedo, soylo causalmente
y
eficientemente, haciendo mudo
a aquel que
mi furor ocupar pudo:
locución
metafórica, que ha usado
como quien
dice que es alegre el prado
porque causa
alegría,
o de una
fuente, quiere que se ría),
y pues
también alguna vez Narciso
enmudecer me
hizo,
porque su
ser divino publicaba,
y mi voz
reprendiéndome atajaba,
no es mucho
que también ahora quiera
que, con el
ansia fiera,
al llegar a
mirarlo quede muda.
Mas ¡ay!,
que la garganta ya se anuda;
el dolor me
enmudece.
¿Dónde está
mi Soberbia? ¿No parece?
¿Cómo mi mal
no alienta?
Y mi Amor
Propio, ¿cómo no fomenta,
o anima mis
razones?
Muda estoy,
¡ay de mí!
Hace extremos, como que quiere
hablar, y no puede; y salen, como asustados, la SOBERBIA y el AMOR PROPIO .
¿Qué
confusiones
Eco triste
lamenta?
Que aunque
no es nuevo en ella ver que sienta,
parece nueva
pena
la que de
sus sentidos la enajena.
Estatua de
sí misma, enmudecida,
ni aun
respirar la deja dolorida
la fuerza
del ahogo que la oprime,
aunque con
mudas señas llora y gime.
A consolar
lleguemos su lamento,
aunque le
sirva de mayor tormento.
Lleguemos a
saber lo que la enoja,
aunque le
sirva de mayor congoja.
Pues el
tener su Propio Amor consigo,
claro está
que será mayor castigo.
Pues tener
su Soberbia, ¿quién ignora
que le será
mayor tormento ahora?
Mira, que
juzgo que precipitada
quiere
arrojarse, del furor llevada;
¡tengámosla!
Tenerla
solicito,
aunque yo
soy quien más la precipito.
(Lléganse a ella y tiénenla; y ella
hace como que quiere arrojarse.)
¡Tente, Eco
hermosa! ¿Dónde vas? Espera;
cuéntanos
por qué estás de esa manera,
que
despeñarte intentas.
¿Con ver a
tu Soberbia no te alientas?
¿Cómo querré
yo verte despeñada,
si siempre
pretendí verte exaltada?
¿Que con ver
tu Amor Propio no te animes?
¿Cómo podré
sufrir que te lastimes,
si por
haberte amado
tanto, nos
redujimos a este estado?
Tente, pues
que yo te tengo.
Tengo.
Refiere tu
ansiosa pena.
Pena.
Di la causa
de tu rabia.
Rabia.
(Dentro, repite la música, con tono
triste, los ecos.)
Pues eres
tan sabia,
dinos qué
accidentes
tienes, o
qué sientes.
Tengo pena,
rabia...
¿Pues qué
has echado de ver?
De ver.
¿De qué
estás así, o por qué?
Que.
¿Hay novedad
en Narciso?
Narciso
Dinos, ¿qué
te hizo
para ese
accidente,
o si es
solamente...?
De ver que
Narciso...
No desesperes
aún...
Aún.
que aún
puede dejar de ser...
Ser.
que ese
barro quebradizo...
Quebradizo.
no logre su
hechizo,
ni a su
amante obligue.
Mas ¿Él a
quién sigue?
A un ser
quebradizo.
¿Es posible
que la quiere?
Quiere.
¿Ese agravio
me hace a mí?
A mí.
¿Así por
ella me agravia?
Me agravia.
Pues brote
la rabia
de mi furia
insana;
pues a una
villana...
Quiere, a mí
me agravia.
Juntemos
estas voces, que cortadas
pronuncia su
dolor despedazadas,
que de ellas
podrá ser nos enteremos
por entero,
del mal que no sabemos.
Mejor es
oírla a ella,
que las
repite al son de su querella.
(Con
intercadencias furiosas.)
Tengo pena,
rabia,
de ver que
Narciso
a un ser
quebradizo
quiere, a mí
me agravia.
(Repite la música toda la copla.)
En el
estéril hueco de este tronco,
la
ocultemos, porque el gemido ronco
de sus
llorosas quejas
no llegue de
Narciso a las orejas;
y allí
tristes las dos la acompañemos,
pues
apartarnos de ella no podemos.
(Vanse la SOBERBIA y el AMOR PROPIO
llevando a ECO .)
Levántase NARCISO de la fuente.
Selvas,
¿quién habéis mirado
el tiempo
que habéis vivido,
que ame como
yo he querido,
que quiera
como yo he amado?
¿A quién, en
el duradero
siglo de
prolijos días,
habéis
visto, selvas mías,
que muera
del mal que muero?
Mirando lo
que apetezco,
estoy sin
poder gozarlo;
y en las ansias
de lograrlo,
mortales
ansias padezco.
Conozco que
ella me adora
y que paga
el amor mío,
pues se ríe,
si me río,
y cuando yo
lloro, llora.
No me puedo
engañar yo,
que mi
ciencia bien alcanza
que mi
propia semejanza
es quien mi
pena causó.
De ella
estoy enamorado;
y aunque
amor me ha de matar,
me es más
fácil el dejar
la vida, que
no el cuidado.
(Dice lo
siguiente, llegándose hacia donde se fue ECO ; y ella, desde donde está, va
respondiendo.)
Es
insufrible el tormento
Tormento.
de los
dolores que paso
Paso.
en rigor tan
insufrible;
Insufrible.
pues en mi
pena terrible
y en el
dolor de que muero,
no gozando
lo que quiero,
tormento
paso insufrible
¡Oh cómo
estará después
Pues.
maltratada
mi hermosura,
Mi
hermosura.
de todas la
más cabal!
Cabal.
Pues mi pena
sin igual
me sujetó a
padecer;
pues ha
ultrajado mi ser.
Pues mi
hermosura cabal...
¡Que haya
podido el amor
El amor.
sujetar así
a Narciso,
Hizo.
y arrastrar
a lo inmortal!
Mortal.
Por él
padezco este mal
que siente
mi pena fiera,
pues a aquél
que inmortal era,
el amor hizo
mortal.
¿Cómo tan
fiera sujeta
Sujeta.
aquesta pena
inhumana
Humana.
mi ser
divino impasible?
Pasible.
Mas sin duda
es invencible
del amor la
fortaleza,
pues ha
puesto a mi belleza
sujeta,
humana, pasible.
Tormento
paso insufrible;
pues mi
hermosura cabal
el amor hizo
mortal,
sujeta,
humana, pasible.
Osadamente
el amor
El amor.
quiso
mostrar lo que puede
Que puede.
con sus
saetas herir;
Herir.
pues ¿quién
me pudo inducir
a que tan
penoso viva,
sino, con su
fuerza activa,
el amor, que
puede herir?
Y poniendo
el blanco en mí,
En mí.
todo su
poder mostró.
Mostró.
ostentando
su pujanza;
Su pujanza.
pues bajando
la balanza
de mi deidad
soberana
por
igualarla a la humana,
en mí mostró
su pujanza.
Triste está
mi alma, y amando,
Y amando.
y sin atender
a mí,
A mí.
por buscar
mi semejanza.
Semejanza.
¿Quién el
misterio no alcanza
de los
suspiros que doy?
Que admira
el ver cuál estoy,
y amando a
mi semejanza.
De mi solio,
que es del cielo,
Del cielo.
manso y
amoroso vine,
Vine.
sin ver que
bajé a morir.
A morir.
Ninguno
podrá medir
lo grande de
mi fineza;
pues sin
mirar mi grandeza,
del cielo
vine a morir.
El amor, que
puede herir,
en mí mostró
su pujanza;
y amando a
mi semejanza,
del cielo
vine a morir.
Mas ¿quién,
en el tronco hueco,
Eco.
con triste
voz y quejosa,
Quejosa.
así a mis
voces responde?
Responde.
¿Quién eres,
oh voz; o dónde
te ocultas,
de mí escondida?
¿Quién me
responde afligida?
Eco quejosa
responde.
Pues ya, con
lo que estás viendo,
Viendo.
¿tu despecho
qué hay que quiera,
Que quiera.
ni que
espere más tu amor?
Tu amor.
Pues sin
conocer tu error,
de tu amor
propio guiada,
andas
solamente errada,
viendo que
quiera tu amor.
¡Si ves que
siempre he de amar
Amar.
y que he de
estar en un ser;
Un ser.
que aunque
juzgas inferior
Inferior.
el objeto de
mi amor
que tu
soberbia desdeña,
mi propia
bondad me enseña
amar a un
ser inferior!
Yo tengo de
amar; y así,
Y así.
no esperes
verme a tus ojos,
A tus ojos.
de quien mi
beldad se esconde.
Se esconde.
Porque nunca
corresponde
tu soberbia
a la humildad
que apetece
mi beldad;
y así, a tus
ojos se esconde.
Eco quejosa
responde,
viendo que
quiera tu amor
amar un ser
inferior;
y así, a tus
ojos se esconde.
(Va llegando NARCISO a la fuente, y
dice.)
Mas ya el
dolor me vence. Ya, ya llego,
al término
fatal por mi querida:
que es poca la
materia de una vida
para la
forma de tan grande fuego.
Ya licencia
a la muerte doy: ya entrego
el alma, a
que del cuerpo la divida,
aunque en
ella y en él quedará asida
mi deidad,
que las vuelva a reunir luego.
Sed tengo:
que el amor que me ha abrasado
aun con todo
el dolor que padeciendo
estoy, mi
corazón aún no ha saciado.
¡Padre! ¿Por
qué en un trance tan tremendo
me
desamparas? Ya está consumado.
¡En tus
manos mi espíritu encomiendo!
Suena terremoto; cae NARCISO dentro
del vestuario, y salen asustados ECO , la SOBERBIA y el AMOR PROPIO .
¡Qué
eclipse!
¡Qué
terremoto!
¡Qué
asombro!
¡Qué horror!
¡Qué susto!
¡Las luces
del sol apaga
en la mitad
de su curso!
¡Cubre de
sombras el aire!
¡Viste a la
luna de luto!
La tierra,
de su firmeza
desmintiendo
el atributo,
pavorosa se
estremece,
y abriendo
su centro oculto,
escondiendo
en él los montes,
manifiesta
los sepulcros.
Las piedras,
enternecidas,
rompiendo su
ceño duro
se
despedazan, mostrando
que aun en
lo insensible cupo
el
sentimiento.
Y lo más
portentoso
que descubro,
es que no
causa este eclipse
aquel
natural concurso
del sol y la
luna, cuando
-los dos
luminares juntos
en
perpendicular línea-
la
interposición del uno
no nos deja
ver al otro,
y así el sol
parece obscuro,
no porque él
lo esté, sino
porque no se
ven sus puros
resplandores.
Pero ahora,
siguiendo
apartados rumbos,
distantes
están, y así
ningún astro
se interpuso
a ser de su
luz cortina,
sino que él,
funesto y mustio,
sus
resplandores apaga,
como si
fueran caducos.
Y quizá por
haber eso
observado,
en el tumulto
donde todo
el universo
sirve de
pequeño vulgo,
algún
astrólogo grande
prorrumpe en
la voz que escucho
entre la
asombrada turba,
pues dice en
ecos confusos:
(Dentro.)
¡O padece el
autor del universo,
o perece la
máquina del mundo!
¡Oh fuerza
de amor! ¡Oh fuerza
de un
enamorado impulso:
pasar la
línea a la muerte,
romper al
infierno el muro,
porque el
haberse rendido
Le sirva de
mayor triunfo!
Mas atended,
que en la turba
otra voz
distinta escucho:
(Dentro.)
¡Este
hombre, de verdad era muy justo!
Otra voz no
menos clara,
o la misma,
con orgullo
de la fe, y
admiración,
confiesa con
otros muchos:
(Dentro.)
¡Éste era
Hijo de Dios, yo no lo dudo!
¡Oh, pese a
mí, que ya empieza
su muerte a
mostrar el fruto
de aquel
misterioso grano
que
escondido en el profundo
pareció
muerto, y después
tantas
espigas produjo!
¡Oh, nunca
la profecía
se oyera, en
labios impuros,
de que para
vivir todos
fue menester
morir uno!
¡Oh, nunca,
engañada y ciega,
solicitara
por rumbos
tan
diferentes su muerte,
pues cuando
vengada juzgo
mi afrenta
con que Él muriese,
hallo que
todo mi estudio
sirvió de
ponerle medios
para que su
amante orgullo
la mayor
fineza obrase,
muriendo por
su trasunto!
Mas aunque
la envidia fiera
despedaza,
áspid sañudo,
mi pecho, ya
por lo menos
tengo el
consuelo (si pudo
caber en mí
algún consuelo)
de conseguir
que en el mundo
no esté a
los ojos de aquella
villana; que
de su rudo
natural, y
de su ingrata
condición,
no será mucho
que, no
viéndolo, Lo olvide.
Dices muy
bien; que no dudo
que, no
viéndolo a sus ojos,
olvidada de
los sumos
beneficios
que Le debe,
volverá a
seguir el curso
de sus
delitos pasados:
que
acostumbrados insultos
con
dificultad se olvidan,
no habiendo
quién del discurso
los esté
siempre borrando
con
encontrados asuntos
de
diferentes recuerdos.
Pues sea
ahora nuestro estudio
solicitar
que ella olvide 1720
estos
beneficios suyos;
porque si
después de tantos
Le vuelve a
ofender, no dudo
que a ella
ocasione más pena,
y a nosotros
mayor triunfo.
Bien decís.
Mas ella viene
llorando
como infortunio
la que es su
dicha mayor,
con el
piadoso concurso
de las
ninfas y pastores.
Esperemos
aquí ocultos,
hasta ver en
lo que paran
tantos
funestos anuncios.
(Retíranse a un lado.)
Sale la NATURALEZA llorando, y todas
las NINFAS y pastores.
Ninfas
habitadoras
de estos
campos silvestres,
unas en
claras ondas
y otras en
troncos verdes;
Pastores,
que vagando
estos prados
alegres,
guardáis con
el ganado
rústicas
sencilleces:
de mi bello
Narciso,
gloria de
vuestro albergue,
las dos
divinas lumbres
cerró
temprana muerte.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
Muerte le
dio su amor;
que de
ninguna suerte
pudiera,
sino sólo
su propio
amor vencerle.
De mirar su
retrato,
enamorado
muere;
que aun
copiada su imagen,
hace efecto
tan fuerte.
¡Sentid,
sentid mis ansias:
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
Ver su
malogro, todo
el universo
siente:
las peñas se
quebrantan,
los montes
se enternecen;
enlútase la
luna,
los polos se
estremecen,
el sol su
luz esconde,
el cielo se
obscurece.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
El aire se
encapota,
la tierra se
conmueve,
el fuego se
alborota,
el agua se
revuelve.
Abren opacas
bocas
los
sepulcros patentes,
para dar a
entender
que hasta
los muertos sienten.
¡Sentid,
sentid mis ansias
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
Divídese del
templo
el velo
reverente,
dando a
entender que ya
se rompieron
sus leyes.
El universo
todo,
de su beldad
doliente,
capuz
funesto arrastra,
negras
bayetas tiende.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
¡Oh
vosotros, los que
vais
pasando, atendedme,
y mirad si
hay dolor
que a mi
dolor semeje!
Sola y
desamparada
estoy, sin
que se llegue
a mí más que
el dolor,
que me
acompaña siempre.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
De la fuerza
del llanto
mi rostro se
entumece,
y se ciegan
mis ojos
con lágrimas
que vierten.
Mi corazón,
en medio
de mi pecho,
parece
cera que se
derrite
junto a la
llama ardiente.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
Mirad su
amor, que pasa
el término a
la muerte,
y por mirar
su imagen
al abismo
desciende;
pues sólo
por mirarla,
en las ondas
del Lethe
quebranta
los candados
de diamantes
rebeldes.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
¡Ay de mí,
que por mí
su hermosura
padece!
Corran mis
tristes ojos
de lágrimas
dos fuentes.
Buscad su
cuerpo hermoso,
porque con
los ungüentes
de preciosos
aromas
ungirlo mi
amor quiere.
¡Sentid,
sentid mis ansias;
llorad,
llorad su muerte!
¡Llorad,
llorad su muerte!
Buscad mi
vida en esa
imagen de la
muerte,
pues el
darme la vida
es el fin
con que muere.
(Hacen que
lo buscan.)
Mas, ¡ay de
mí, infeliz,
que el
cuerpo no parece!
Sin duda le
han hurtado:
¡Oh, quién
pudiera verle!
Sale la GRACIA .
Ninfa bella,
¿por qué
lloras tan
tiernamente?
¿Qué en este
sitio buscas?
¿Qué pena es
la que sientes?
Busco a mi
dueño amado;
ignoro dónde
ausente
Lo ocultan
de mis ojos
los hados
inclementes.
¡Vivo está
tu Narciso;
no llores,
no lamentes,
ni entre los
muertos busques
al que está
vivo siempre!»
Sale NARCISO , con otras galas, como
resucitado, por detrás de la NATURALEZA ; y ella se vuelve a mirarlo.
¿Por qué
lloras, pastora?
Que las
perlas que viertes
el corazón
me ablandan,
el alma me
enternecen.
Por mi
Narciso lloro,
señor; si tú
Le tienes,
dime dónde
está, para
que yo vaya
a traerle.
¿Pues cómo,
esposa mía,
no puedes
conocerme,
si a mi
beldad divina
ninguna se
parece?
¡Ay, adorado
esposo,
deja que
alegremente
llegue a
besar tus plantas!
A tocarme no
llegues,
porque voy
con mi padre
a su trono
celeste.
Luego, ¿me
dejas sola?
¡Ay, Señor,
no me dejes;
que volverá
a insidiarme
mi enemiga
serpiente!
Salen ECO , la SOBERBIA y el AMOR
PROPIO .
Claro está,
pues aunque has hecho
tantas finezas
por ella,
en dejándola
¿quién duda
que a ser mi
despojo vuelva?
Pues no
viéndote, ella es
de condición
tan grosera,
que dejará
tus cariños
y olvidará
tus finezas.
Y yo pondré
tales lazos
en sus
caminos y sendas,
que no se
pueda librar
de volver a
quedar presa.
Yo le pondré
tales manchas,
que su
apreciada belleza
se vuelva a
desfigurar
y a
desobligarte vuelva.
Eso no, que
yo estaré
a su lado,
en su defensa;
y estando
con ella yo,
no es fácil
que tú la venzas.
¿Qué
importará, si es tan fácil
que, frágil,
ella te pierda,
y en
perdiéndote, es preciso
que vuelva a
ponerse fea?
No importa,
que yo daré,
contra todas
tus cautelas,
remedios a
sus peligros
y escudos a
sus defensas.
¿Qué
remedios, ni qué escudos,
si como otra
vez te ofenda,
como es tu
ofensa infinita,
no podrá
satisfacerla?
Pues para
una que te hizo,
fue menester
que murieras
tú; y claro
está que no es congruo
que todas
las veces que ella
vuelva a
pecar, a morir
tú también
por ella vuelvas.
Por eso, mi
inmenso amor
la previno,
para esa
fragilidad,
de remedios,
para que
volver pudiera,
si cayera, a
levantarse.
¿Qué remedio
habrá, que pueda
restituirla
a tu gracia?
¿Cuál? El de
la penitencia,
y los demás
sacramentos,
que he
vinculado en mi iglesia
por
medicinas del alma.
Cuando éstos
bastantes sean,
ella no
querrá usar de ellos,
negligente,
si te ausentas,
porque
olvidará tu amor
en faltando
tu presencia.
Tampoco eso
ha de faltarle,
porque
dispuso mi inmensa
sabiduría,
primero
que fuese mi
muerte acerba,
un memorial
de mi amor,
para que
cuando me fuera,
juntamente
me quedara
Aqueso es lo
que mi ciencia
no alcanza
cómo será.
Pues para
darte más pena,
porque ha de
ser el mayor
tormento el
que tú lo sepas,
y por
manifestación
de mi sin
igual fineza,
¡llega,
Gracia, y recopila
en la
metáfora mesma
que hemos
hablado hasta aquí,
mi historia!
Que te
obedezca
será
preciso; y así,
escuchadme.
Ya mis penas
te atienden,
a mi pesar.
Pues pasó
desta manera:
Érase
aquella belleza
del soberano
Narciso,
gozando
felicidades
en la gloria
de sí mismo,
pues en sí
mismo tenía
todos los
bienes consigo:
Rey de toda
la hermosura,
de la
perfección archivo,
esfera de
los milagros,
y centro de
los prodigios.
De sus altas
glorias eran
esos orbes
cristalinos
coronistas,
escribiendo
con las
plumas de sus giros.
Anuncio era
de sus obras
el
firmamento lucido,
y el
resplandor Lo alababa
de los
astros matutinos:
Le aclamaba
el fuego en llamas,
el mar con
penachos rizos,
la tierra en
labios de rosas
y el aire en
ecos de silbos.
Centella de
su beldad
se ostentaba
el sol lucido,
y de sus
luces los astros
eran
brillantes mendigos.
Cóncavos
espejos eran
de su
resplandor divino,
en bruñidas
superficies,
los once
claros zafiros.
Dibujo de su
luz eran
con
primoroso artificio
el orden de
los planetas,
el concierto
de los signos.
Por imitar
su belleza,
con
cuidadosos aliños,
se vistió el
campo de flores,
se adornó el
monte de riscos.
Adoraban su
deidad
con amoroso
destino,
desde su
gruta la fiera
y el ave
desde su nido.
El pez en el
seno obscuro
Le daba
cultos debidos,
y el mar
para sus ofrendas
erigió
altares de vidrio.
Adoraciones
Le daban.
devotamente
rendidos,
desde la
hierba más baja
al más
encumbrado pino.
Maremagnum
se ostentaba
de
perfección, infinito,
de quien
todas las bellezas
se derivan
como ríos.
En fin, todo
lo insensible,
racional, y
sensitivo,
tuvo el ser
en su cuidado
y se
perdiera a su olvido.
Éste, pues,
hermoso asombro,
que entre
los prados floridos
se regalaba
en las rosas,
se
apacentaba en los lirios,
de ver el
reflejo hermoso
de su
esplendor peregrino,
viendo en el
hombre su imagen,
se enamoró
de sí mismo.
Su propia
similitud
fue su
amoroso atractivo,
porque sólo
Dios, de Dios
pudo ser
objeto digno.
Abalanzóse a
gozarla;
pero cuando
su cariño
más amoroso
buscaba
el imán
apetecido,
por impedir
envidiosas
sus afectos
bien nacidos,
se
interpusieron osadas
las aguas de
sus delitos.
Y viendo
imposible casi
el logro de
sus designios
(porque
hasta Dios en el mundo
no halla
amores sin peligro),
se determinó
a morir
en empeño
tan preciso,
para mostrar
que es el riesgo
el examen de
lo fino.
Apocóse,
según Pablo,
y (si es
lícito decirlo)
consumióse,
al dulce fuego
tiernamente
derretido.
Abatióse
como amante
al tormento
más indigno,
y murió, en
fin, del amor
al
voluntario suplicio.
Dio la vida
en testimonio
de su amor;
pero no quiso
que tan
gloriosa fineza
se quedase
sin testigo;
y así
dispuso dejar
un recuerdo
y un aviso,
por memoria
de su muerte,
y prenda de
su cariño.
Su
disposición fue parto
de su saber
infinito,
que no se
ostenta lo amante
sin galas de
lo entendido.
Él mismo
quiso quedarse
en blanca
flor convertido,
porque no
diera la ausencia
a la tibieza
motivo;
que no es
mucho que hoy florezca,
pues antes
en sus escritos
se llama
flor de los campos,
y de los
collados lilio.
Cándido
disfraz, es velo
de sus
amantes designios,
incógnito a
la grosera
cognición de
los sentidos.
Oculto quiso
quedarse
entre
cándidos armiños,
por asistir
como amante
y celar como
registro:
que como
esposo del alma,
receloso de
desvíos,
la espía por
las ventanas,
la acecha
por los resquicios
Quedó a
hacer nuevos favores,
porque,
liberal, no quiso
acordar una
fineza
sin hacer un
beneficio.
Ostentó lo
enamorado
con amantes
desperdicios,
e hizo todo
cuanto pudo
El que pudo
cuanto quiso.
Quedó en
manjar a las almas,
liberalmente
benigno,
alimento
para el justo,
veneno para
el indigno.
(Aparece el
carro de la fuente; y junto a ella, un cáliz con una hostia encima.)
Mirad, de la
clara fuente
en el margen
cristalino,
la bella
cándida flor
de quien el
amante dijo:
Éste es mi
cuerpo y mi sangre
que entregué
a tantos martirios
por
vosotros. En memoria
de mi
muerte, repetidlo.
A tan no
vista fineza,
a tan sin
igual cariño,
toda el alma
se deshace,
todo el pecho
enternecido
gozosas
lágrimas vierte.
Y yo, ¡ay de
mí!, que lo he visto,
enmudezca,
viva sólo
al dolor,
muerta al alivio.
Yo, absorto,
rabioso y ciego,
venenoso
áspid nocivo,
a mí propio
me dé muerte.
Yo que de
tus precipicios
fui causa,
segunda vez
me sepulte
en el abismo.
Y yo, que el
impedimento
quitado y
deshecho miro
de la culpa,
que por tanto
tiempo pudo
dividirnos,
Naturaleza
dichosa,
te admito a
los brazos míos.
¡Llega,
pues, que eternas paces
quiero
celebrar contigo;
¡no temas,
llega a mis brazos!
¡Con el alma
los recibo!
Mas el
llegar temerosa
es respeto
en mí preciso,
pues a tanto
sacramento,
a misterio
tan divino,
es muy justo
que el amor
llegue de
temor vestido.
(Abrázanse las dos.)
¿Pues ya qué
falta a tus dichas?
Sólo falta
que, rendidos,
las debidas
gracias demos;
y así, en
concertados himnos
sus
alabanzas cantad,
diciendo
todos conmigo:
(Cantan.)
¡Canta,
lengua, del cuerpo glorioso
el alto
misterio, que por precio digno
del mundo se
nos dio, siendo fruto
real,
generoso, del vientre más limpio
Veneremos
tan gran sacramento,
y al nuevo
misterio cedan los antiguos,
supliendo de
la fe los afectos
todos los
defectos que hay en los sentidos.
¡Gloria,
honra, bendición y alabanza,
grandeza y
virtud al Padre y al Hijo
se dé; y al
amor, que de ambos procede,
igual
alabanza Le demos rendidos!
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